Con cada amor, aprendes más del amor.
Siempre nos han dicho que encontraremos “al indicado”. No sabemos cómo es encontrar “al indicado” y tampoco cómo se siente. Por eso, cuando sentimos que tras una larga búsqueda por fin nos hemos enamorado, automáticamente asumimos que ese podría ser “el hombre de nuestras vidas”. Y nos proyectamos, y hacemos planes, y, generalmente, nos cerramos a otras posibilidades, porque “ya lo hemos encontrado”, porque “nunca habíamos amado a alguien así”, “porque mientras más profundo sea el sentimiento, mayor es el amor”.
Es inevitable pensar así. Es inevitable no imaginar un futuro con esa persona que te ha hecho sentir lo que nadie más. Es inevitable cegarse durante el enamoramiento y creer que se puede vivir del amor. Sin embargo, las cosas se ponen complejas cuando las ideas que tenemos preconcebidas del amor, o las ideas del amor basadas en nuestras experiencias, empiezan a chocar con las de la otra persona.
Al principio no lo quieres ver. No quieres aceptar que eso tan perfecto simplemente no era tan perfecto como creías. No quieres aceptar que piensan diferente, muy diferente. Que tienen distintas percepciones no solo del amor, sino también de la vida. No quieres abrir los ojos y darte cuenta de que el amor no siempre es suficiente. Pero tienes que hacerlo, tarde o temprano. Y es difícil, especialmente cuando de las dos partes hay amor de por medio, pero la situación ya se escapa de sus manos. Y, eventualmente, sus caminos deben separarse
Es algo doloroso. Es algo frustrante, es algo que no se puede explicar. Quizás ahora no lo entiendes, pero sin duda hay cosas de las que te das cuenta después de descubrir que él, el hombre que pensaste que sería el hombre de tu vida, simplemente no lo es.
Aprendes que el amor debiese tratarse de compatibilidad, pero así mismo de independencia.
En un principio solemos pensar que el necesitar a la otra persona sobre todas las cosas es amar. Y, por lo tanto, nuestra felicidad suele depender completamente de otro individuo y no de nosotros mismos, como debería ser. Claro está que en un amor sano y recíproco, por lo menos una parte de tu felicidad debe depender de la otra persona, pero no la felicidad completa.
Cuando nos damos cuenta de que ese que pensamos que sería el hombre de nuestras vidas no lo es, aprendemos a reservar parte de nosotros y de nuestras vidas, solo para nosotros. Aprendemos a tomar esas precauciones para construir relaciones más sanas y maduras. Aprendemos la importancia de la individualidad.
A la vez, te das cuenta de cuán profundo puede llegar a ser un amor. Creíste que nunca amarías como amaste a este último personaje, pero lo hiciste. Así que te das cuenta de que cada vez tu amor es más y más profundo, y que si ya amaste una vez así, podrás hacerlo de nuevo, y, quien sabe, quizás aún más.
Con cada amor, aprendes más del amor, más de ti misma, y de lo que el amor significa para ti. Entiendes que el amor depende más de ti que de cualquier otra persona. Te das cuenta que puedes amar a diferentes personas, por diferentes razones. Tu cegera va desapareciendo, y cada vez ves más claro, más nítido, más ancho, más grande, más lejos.
Tarde o temprano, cuando ” el indicado” no era finalmente “el indicado”, más te abres al amor. Y más preparada estarás para recibirlo
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